Tempus fugit y carpe diem: una temática clásica en la poesía española de la segunda mitad del siglo XX
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Filología latina
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Desde siempre el hombre se siente condicionado por una serie de incógnitas existenciales; quizás las más crudas y acuciantes sean las que se generan alrededor de nuestra brevedad y finitud: el ser caduco experimenta la angustia de saberse efímero y mudable; de inmediato asimila la muerte; más tarde reflexiona sobre la actitud idónea para enfrentarse a su fugacidad, y, en muchos casos, opta por disfrutar y retener el momento. Cada una de estas reflexiones y sus miedos buscan consuelo tanto en religiones como en filosofías (estoicismo, epicureísmo, existencialismo, entre otras). Pero, sobre todo, esos temores se intentarán compartir y vencer a través de la expresión artística; en el caso que nos ocupa, mediante la poesía. Aunque hablamos de temas (los del tiempo) que desde siempre le vienen preocupando al hombre, nuestro estudio se centra en la comparación de dos épocas y culturas: la época clásica latina del periodo republicano puesto que es donde encuadramos al autor más representativo del tempus fugit y del carpe diem (Horacio) y la segunda mitad del siglo XX por considerar a sus autores parte de los últimos herederos de los clásicos. En concreto se ha prestado atención a Ausonio, Catulo, Horacio, Propercio, Tibulo en cuanto a los latinos y a F. Benítez Reyes, V. Botas, F. Brines, R. Cantarero, A. Colinas, L. A. de Cuenca, P. Díez Taboada, G. Fuertes, A. Gamoneda, L. García Montero, J. Gil de Biedma, J. A. Goytisolo, J. Hierro, J. Juaristi, M. López Vega, A. Luque, A. Martínez Sarrión, C. Pinto, A. Salas, E. Sánchez Rosillo, J. Siles, J. Talens, J. Á. Valente, M. Vázquez Montalbán y L. A. de Villena, en el caso de los actuales. Tras la lectura de este corpus (recogido en el anexo) se comprueba que, al hablar de la inquietud del tiempo, los poetas de ayer y de hoy no sólo recogen filosofías y creencias, sino que dan voz a unos tópicos, temas y símbolos que, si bien han evolucionado, se mantienen invariables. Así, por ejemplo, el tiempo que se escapa se recrea con los tópicos del homo uiator y de la uita flumen para evidenciar lo transitorio de nuestras vidas; y se esconde tras símbolos como las estaciones, la luz, la flor, las hojas, la juventud¿, siempre motivos llenos de esplendor y vitalidad, coloridos y luminosos, pero, como el hombre, frágiles y sujetos al cambio inevitable. El tiempo nos empuja a la muerte que se ve como una figura inexorable, inevitable, totalizadora y, ante todo, injusta. Es imposible, además, para estos poetas, no compararse con la naturaleza en la que encuentran, de nuevo, los símbolos con los que presentar el tabú de la muerte: la noche oscura y misteriosa; el invierno frío, inerte y destructor; la mar y la tormenta violentas y temidas¿ Al admitir la caducidad, el hombre sólo encuentra como solución disfrutar; es ahí donde se intensifica el carpe diem que, desde la Antigüedad clásica, se dibuja con imágenes cargadas de belleza como la flor, de placer como el vino y el juego, o de intensidad como el amor. A ellas, los autores actuales, añaden otras como la mar. Y, por supuesto, se unen otras ideas que confirman el carpe diem como son la despreocupación por el futuro o el querer detener el momento y alcanzar la inmortalidad mediante la obra y el recuerdo. Del mismo modo que las teorías acerca del tempus fugit y del carpe diem se mantienen desde época clásica, también lo hará su expresión: De un lado, se subraya la importancia de lo fugaz del tiempo y de aprovechar el instante ya al incorporar estos conceptos en los propios títulos o primeros versos, al recurrir a la intertextualidad y a la paratextualidad, o al recuperar personajes y escenarios ligados al transitar temporal. De otro, comprobamos la invariabilidad semántica: los sustantivos para referirse a la vida y al tiempo corren parejos en ambas épocas (¿tiempo¿, ¿vida¿, ¿año¿, día¿, ¿hora¿, ¿estaciones¿, ¿luz¿, ¿flor¿) y suelen acompañarse de adjetivos que una y otra vez caen en idénticos campos semánticos (¿lo efímero, lo débil, lo vacío, lo frío, lo cruel, lo último¿) y de adverbios que realzan el carácter inmediato de la vida (¿ya¿, ¿ahora¿, ¿pronto¿, ¿súbitamente¿¿); asimismo, también los verbos se asemejan en una época y otra pues se emplean los tiempos presentes para incidir en lo pasajero y los futuros para cargarnos de incertidumbre así como se circunscriben a la semántica del vivir, morir, avanzar y disfrutar, tan próxima a los tópicos que nos ocupa. En definitiva temas, símbolos y semántica que demuestran que, una vez más, la cultura clásica late y pervive en nuestros días tal y como demuestran los tópicos del tempus fugit y del carpe diem.
Desde siempre el hombre se siente condicionado por una serie de incógnitas existenciales; quizás las más crudas y acuciantes sean las que se generan alrededor de nuestra brevedad y finitud: el ser caduco experimenta la angustia de saberse efímero y mudable; de inmediato asimila la muerte; más tarde reflexiona sobre la actitud idónea para enfrentarse a su fugacidad, y, en muchos casos, opta por disfrutar y retener el momento. Cada una de estas reflexiones y sus miedos buscan consuelo tanto en religiones como en filosofías (estoicismo, epicureísmo, existencialismo, entre otras). Pero, sobre todo, esos temores se intentarán compartir y vencer a través de la expresión artística; en el caso que nos ocupa, mediante la poesía. Aunque hablamos de temas (los del tiempo) que desde siempre le vienen preocupando al hombre, nuestro estudio se centra en la comparación de dos épocas y culturas: la época clásica latina del periodo republicano puesto que es donde encuadramos al autor más representativo del tempus fugit y del carpe diem (Horacio) y la segunda mitad del siglo XX por considerar a sus autores parte de los últimos herederos de los clásicos. En concreto se ha prestado atención a Ausonio, Catulo, Horacio, Propercio, Tibulo en cuanto a los latinos y a F. Benítez Reyes, V. Botas, F. Brines, R. Cantarero, A. Colinas, L. A. de Cuenca, P. Díez Taboada, G. Fuertes, A. Gamoneda, L. García Montero, J. Gil de Biedma, J. A. Goytisolo, J. Hierro, J. Juaristi, M. López Vega, A. Luque, A. Martínez Sarrión, C. Pinto, A. Salas, E. Sánchez Rosillo, J. Siles, J. Talens, J. Á. Valente, M. Vázquez Montalbán y L. A. de Villena, en el caso de los actuales. Tras la lectura de este corpus (recogido en el anexo) se comprueba que, al hablar de la inquietud del tiempo, los poetas de ayer y de hoy no sólo recogen filosofías y creencias, sino que dan voz a unos tópicos, temas y símbolos que, si bien han evolucionado, se mantienen invariables. Así, por ejemplo, el tiempo que se escapa se recrea con los tópicos del homo uiator y de la uita flumen para evidenciar lo transitorio de nuestras vidas; y se esconde tras símbolos como las estaciones, la luz, la flor, las hojas, la juventud¿, siempre motivos llenos de esplendor y vitalidad, coloridos y luminosos, pero, como el hombre, frágiles y sujetos al cambio inevitable. El tiempo nos empuja a la muerte que se ve como una figura inexorable, inevitable, totalizadora y, ante todo, injusta. Es imposible, además, para estos poetas, no compararse con la naturaleza en la que encuentran, de nuevo, los símbolos con los que presentar el tabú de la muerte: la noche oscura y misteriosa; el invierno frío, inerte y destructor; la mar y la tormenta violentas y temidas¿ Al admitir la caducidad, el hombre sólo encuentra como solución disfrutar; es ahí donde se intensifica el carpe diem que, desde la Antigüedad clásica, se dibuja con imágenes cargadas de belleza como la flor, de placer como el vino y el juego, o de intensidad como el amor. A ellas, los autores actuales, añaden otras como la mar. Y, por supuesto, se unen otras ideas que confirman el carpe diem como son la despreocupación por el futuro o el querer detener el momento y alcanzar la inmortalidad mediante la obra y el recuerdo. Del mismo modo que las teorías acerca del tempus fugit y del carpe diem se mantienen desde época clásica, también lo hará su expresión: De un lado, se subraya la importancia de lo fugaz del tiempo y de aprovechar el instante ya al incorporar estos conceptos en los propios títulos o primeros versos, al recurrir a la intertextualidad y a la paratextualidad, o al recuperar personajes y escenarios ligados al transitar temporal. De otro, comprobamos la invariabilidad semántica: los sustantivos para referirse a la vida y al tiempo corren parejos en ambas épocas (¿tiempo¿, ¿vida¿, ¿año¿, día¿, ¿hora¿, ¿estaciones¿, ¿luz¿, ¿flor¿) y suelen acompañarse de adjetivos que una y otra vez caen en idénticos campos semánticos (¿lo efímero, lo débil, lo vacío, lo frío, lo cruel, lo último¿) y de adverbios que realzan el carácter inmediato de la vida (¿ya¿, ¿ahora¿, ¿pronto¿, ¿súbitamente¿¿); asimismo, también los verbos se asemejan en una época y otra pues se emplean los tiempos presentes para incidir en lo pasajero y los futuros para cargarnos de incertidumbre así como se circunscriben a la semántica del vivir, morir, avanzar y disfrutar, tan próxima a los tópicos que nos ocupa. En definitiva temas, símbolos y semántica que demuestran que, una vez más, la cultura clásica late y pervive en nuestros días tal y como demuestran los tópicos del tempus fugit y del carpe diem.
Notas Locales:
DT(SE) 2015-316
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