Tratamientos psicológicos para la conducta suicida
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“Good psycotherapy saves lives” (la buena psicoterapia salva vidas) afirma Samuel J. Knapp (2020) en su libro más reciente. Es una buena declaración de principios amparada por los numerosos estudios que apoyan la implicación de los factores psicológicos en el origen, mantenimiento, desarrollo y resolución de las crisis y conductas suicidas (Klonsky, May y Saffer, 2016; Klonsky, Saffer y Bryan, 2018; O’Connor y Nock, 2014), así como de la eficacia de los tratamientos psicológicos en su reducción y prevención (Turecki et al., 2019). Lo veremos a lo largo de este capítulo, no sin antes sumar tres consideraciones a la declaración de principios inicial que deberán guiar la lectura de este texto: -En primer lugar, el suicidio y las conductas suicidas no son un trastorno mental ni un síntoma de ninguna “enfermedad” mental. Se trataría, entonces, de un fenómeno humano complejo, multidimensional y multifactorial, en el que participan simultáneamente realidades de diferente tipo y orden: culturales-sociales-institucionales, psico(pato)lógicas o clínicas y biológico-corporales, donde cualquier reduccionismo implica disolver la esencia misma del fenómeno. Si hay un asunto humano que desafía a la Psicología –que se piensa ingenuamente como ciencia natural del estudio de realidades fijas-ahí-dadas–, ya la Psicología Clínica –como tecnología de reparación de mecanismos disfuncionales–, éste es sin duda el problema del suicidio. Su naturaleza se escapa de las posibilidades de predicción y control de la ciencia natural. -En segundo lugar, el suicidio es una realidad plural (Rendueles, 2018), de naturaleza existencial-contextual (abierta) y de carácter interactivo-dinámico, más que una realidad única, natural-sustantiva y fija-estática que encajaría, siguiendo la propuesta de Pérez-Álvarez (2019) de entender los problemas psicológicos como dramas sociales, con la figura de drama existencial. El sentido de este drama se halla en la capacidad de acción-decisión de un sujeto que en una circunstancia determinada –construida como insufrible, irresoluble, interminable, inescapable, sin futuro y sin esperanza– decide quitarse la vida. La intencionalidad y el mundo vivido serían, por tanto, ingredientes inseparables del drama existencial del suicidio. Por otro lado, dicho drama implica una ruptura del yo con uno mismo, los demás y el mundo (Pompili, 2010). Este enfoque existencial-contextual del suicidio cumple con las condiciones de una concepción transteórica de la Psicología como ciencia del sujeto-comportamiento-mundo (Pérez-Álvarez, 2018a, 2018b). -En tercer lugar, se trataría de un fenómeno que hay que comprender desde la vulnerabilidad de la condición humana; el suicidio ha estado presente en todas las épocas y culturas y transita los temas existenciales de la libertad, el sufrimiento, la soledad, la muerte y el sentido. Se da tanto en personas con diagnóstico de trastorno mental como sin él. Entre las que están diagnosticadas, el suicidio es transversal –transdiagnóstico– a todas las condiciones psicopatológicas, si bien, no se da con la misma frecuencia en cada una de ellas. Es en el trastorno depresivo donde su presencia sobresale. Esta circunstancia no debiera sorprender al lector, dado que la depresión es el diagnóstico más asociado al dolor psicológico y a la desesperanza; constructos psicológicos clave, y bien fundados empíricamente, en el origen y desarrollo de las conductas suicidas (Klonsky y May, 2015). Tampoco debiera ser interpretada como una causalidad médica lineal, sino que el factor diagnóstico sería la figura clínica de un problema existencial o sufrimiento biográfico para el que la persona no encuentra mejor solución que acabar con su vida o pensar en hacerlo (García-Haro, García-Pascual y González González, 2018).
“Good psycotherapy saves lives” (la buena psicoterapia salva vidas) afirma Samuel J. Knapp (2020) en su libro más reciente. Es una buena declaración de principios amparada por los numerosos estudios que apoyan la implicación de los factores psicológicos en el origen, mantenimiento, desarrollo y resolución de las crisis y conductas suicidas (Klonsky, May y Saffer, 2016; Klonsky, Saffer y Bryan, 2018; O’Connor y Nock, 2014), así como de la eficacia de los tratamientos psicológicos en su reducción y prevención (Turecki et al., 2019). Lo veremos a lo largo de este capítulo, no sin antes sumar tres consideraciones a la declaración de principios inicial que deberán guiar la lectura de este texto: -En primer lugar, el suicidio y las conductas suicidas no son un trastorno mental ni un síntoma de ninguna “enfermedad” mental. Se trataría, entonces, de un fenómeno humano complejo, multidimensional y multifactorial, en el que participan simultáneamente realidades de diferente tipo y orden: culturales-sociales-institucionales, psico(pato)lógicas o clínicas y biológico-corporales, donde cualquier reduccionismo implica disolver la esencia misma del fenómeno. Si hay un asunto humano que desafía a la Psicología –que se piensa ingenuamente como ciencia natural del estudio de realidades fijas-ahí-dadas–, ya la Psicología Clínica –como tecnología de reparación de mecanismos disfuncionales–, éste es sin duda el problema del suicidio. Su naturaleza se escapa de las posibilidades de predicción y control de la ciencia natural. -En segundo lugar, el suicidio es una realidad plural (Rendueles, 2018), de naturaleza existencial-contextual (abierta) y de carácter interactivo-dinámico, más que una realidad única, natural-sustantiva y fija-estática que encajaría, siguiendo la propuesta de Pérez-Álvarez (2019) de entender los problemas psicológicos como dramas sociales, con la figura de drama existencial. El sentido de este drama se halla en la capacidad de acción-decisión de un sujeto que en una circunstancia determinada –construida como insufrible, irresoluble, interminable, inescapable, sin futuro y sin esperanza– decide quitarse la vida. La intencionalidad y el mundo vivido serían, por tanto, ingredientes inseparables del drama existencial del suicidio. Por otro lado, dicho drama implica una ruptura del yo con uno mismo, los demás y el mundo (Pompili, 2010). Este enfoque existencial-contextual del suicidio cumple con las condiciones de una concepción transteórica de la Psicología como ciencia del sujeto-comportamiento-mundo (Pérez-Álvarez, 2018a, 2018b). -En tercer lugar, se trataría de un fenómeno que hay que comprender desde la vulnerabilidad de la condición humana; el suicidio ha estado presente en todas las épocas y culturas y transita los temas existenciales de la libertad, el sufrimiento, la soledad, la muerte y el sentido. Se da tanto en personas con diagnóstico de trastorno mental como sin él. Entre las que están diagnosticadas, el suicidio es transversal –transdiagnóstico– a todas las condiciones psicopatológicas, si bien, no se da con la misma frecuencia en cada una de ellas. Es en el trastorno depresivo donde su presencia sobresale. Esta circunstancia no debiera sorprender al lector, dado que la depresión es el diagnóstico más asociado al dolor psicológico y a la desesperanza; constructos psicológicos clave, y bien fundados empíricamente, en el origen y desarrollo de las conductas suicidas (Klonsky y May, 2015). Tampoco debiera ser interpretada como una causalidad médica lineal, sino que el factor diagnóstico sería la figura clínica de un problema existencial o sufrimiento biográfico para el que la persona no encuentra mejor solución que acabar con su vida o pensar en hacerlo (García-Haro, García-Pascual y González González, 2018).
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- Material docente [68]
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