Arqueología de las instalaciones termales castreñas del noroeste de la Península Ibérica
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Arqueología.
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Esta tesis de investigación está dedicada al estudio arqueológico de las estructuras termales de los castros del noroeste peninsular, por lo que el principal referente utilizado ha sido el registro material. El trabajo se divide en seis capítulos, de los que los dos primeros están dedicados respectivamente a exponer los planteamientos y revisar las tendencias historiográficas bajo las que se ha abordado el estudio del fenómeno. En el tercer capítulo se aborda el estudio sistemático del registro material. Hemos constatado que el fenómeno se circunscribe al Noroeste peninsular, al carecer de fundamento las localizaciones sugeridas en otros ámbitos peninsulares. Para su estudio y descripción las estructuras han sido distribuidas en dos grupos, denominados respectivamente Bracarense y Lucense, en atención tanto a la ubicación como a su cronología romana. El primero se corresponde grosso modo con el territorio que se viene a asignar al populi de los Bracari. Por su parte el segundo ha ampliado grandemente su extensión en los últimos años, ya que al núcleo inicial, circunscrito al valle del Navia, se han sumado nuevas localizaciones en la cuenca del Eo y en la franja costera de las Rías Altas. Del análisis del registro arqueológico se ha inferido una evidente influencia de Roma en el fenómeno termal castreño. Esta vinculación se muestra coherente con el panorama del termalismo en los siglos previos al cambio de era, que se repasa en el capítulo 4. Ni las fuentes documentales ni la arqueología aportan evidencias de la difusión de prácticas termales entre galos, germanos y britanos, por lo que no hay argumentos objetivos que permitan sostener una hipótesis alternativa a la tradicional para explicar la implantación del termalismo en Europa occidental. Como es sabido, esta interpretación sitúa el origen del fenómeno en Grecia. Como otras tantas manifestaciones Roma recibiría este legado especialmente a través de las colonias de la Magna Grecia, generando sus propios modelos de edificios e itinerarios termales aproximadamente a partir de mediados del siglo III a.C., los cuales se difundirían por los territorios controlados por la república romana a lo largo de los dos siglos siguientes. En el capítulo quinto se aborda a la caracterización del fenómeno termal castreño. En primer lugar se descarta que pudiera tener unas especiales connotaciones rituales o cultuales, para proceder seguidamente a definir los modelos balnearios de las dos áreas de distribución y los contextos históricos y sociales con los que aparecen vinculados. En el conventus bracarensis las estructuras balnearias aparecen en evidente asociación con la aparición de las citânias Todas las estructuras termales de este sector se ajustan con precisión a la misma tipología, lo que parece testimoniar un proceso de implantación rápido, y posiblemente dirigido e inducido, que se vería favorecido por la presencia de talleres itinerantes de escultores y canteros. El modelo balneario asociado combina baño de sudor, baño frio y unciones con aceite. En el conventus Lucensis las estructuras termales denotan una mayor diversidad. Pendia 1 y quizá Castañoso reflejan evidentes afinidades formales con el modelo de edificio termal adoptado por los Bracari, mientras que Coaña 1 o Pendia 2 reproducen soluciones que, al menos aparentemente, no llegarían a prosperar. Por su parte Coaña 2, Taramundi, Punta dos Prados y Chao Samartín se ajustan básicamente al mismo modelo, caracterizado por la presencia de un espacio dedicado al baño en agua caliente. Los poblados en los que aparecen las estructuras termales norteñas muestran características heterogéneas. El nexo común es una presencia romana marcada por el elemento militar, que en el occidente asturiano comienza a manifestarse a partir de mediados del siglo I d.C., y que se relaciona con el beneficio de los yacimientos auríferos. Cabe concluir por lo tanto que el termalismo castreño constituye un fenómeno relacionado con la influencia de Roma y de carácter dual. En el ámbito bracarense parece aflorar en los momentos finales del siglo I a.C. y puede considerarse resultado de un fenómeno de aculturación, por el que la élite de la población local adaptó una tradición importada, generando un modelo de construcción de indudable singularidad. En el ámbito lucense en cambio su aparición es más tardía y constituye un elemento claramente alóctono, promovido por y para el servicio de las tropas acantonadas en la zona.
Esta tesis de investigación está dedicada al estudio arqueológico de las estructuras termales de los castros del noroeste peninsular, por lo que el principal referente utilizado ha sido el registro material. El trabajo se divide en seis capítulos, de los que los dos primeros están dedicados respectivamente a exponer los planteamientos y revisar las tendencias historiográficas bajo las que se ha abordado el estudio del fenómeno. En el tercer capítulo se aborda el estudio sistemático del registro material. Hemos constatado que el fenómeno se circunscribe al Noroeste peninsular, al carecer de fundamento las localizaciones sugeridas en otros ámbitos peninsulares. Para su estudio y descripción las estructuras han sido distribuidas en dos grupos, denominados respectivamente Bracarense y Lucense, en atención tanto a la ubicación como a su cronología romana. El primero se corresponde grosso modo con el territorio que se viene a asignar al populi de los Bracari. Por su parte el segundo ha ampliado grandemente su extensión en los últimos años, ya que al núcleo inicial, circunscrito al valle del Navia, se han sumado nuevas localizaciones en la cuenca del Eo y en la franja costera de las Rías Altas. Del análisis del registro arqueológico se ha inferido una evidente influencia de Roma en el fenómeno termal castreño. Esta vinculación se muestra coherente con el panorama del termalismo en los siglos previos al cambio de era, que se repasa en el capítulo 4. Ni las fuentes documentales ni la arqueología aportan evidencias de la difusión de prácticas termales entre galos, germanos y britanos, por lo que no hay argumentos objetivos que permitan sostener una hipótesis alternativa a la tradicional para explicar la implantación del termalismo en Europa occidental. Como es sabido, esta interpretación sitúa el origen del fenómeno en Grecia. Como otras tantas manifestaciones Roma recibiría este legado especialmente a través de las colonias de la Magna Grecia, generando sus propios modelos de edificios e itinerarios termales aproximadamente a partir de mediados del siglo III a.C., los cuales se difundirían por los territorios controlados por la república romana a lo largo de los dos siglos siguientes. En el capítulo quinto se aborda a la caracterización del fenómeno termal castreño. En primer lugar se descarta que pudiera tener unas especiales connotaciones rituales o cultuales, para proceder seguidamente a definir los modelos balnearios de las dos áreas de distribución y los contextos históricos y sociales con los que aparecen vinculados. En el conventus bracarensis las estructuras balnearias aparecen en evidente asociación con la aparición de las citânias Todas las estructuras termales de este sector se ajustan con precisión a la misma tipología, lo que parece testimoniar un proceso de implantación rápido, y posiblemente dirigido e inducido, que se vería favorecido por la presencia de talleres itinerantes de escultores y canteros. El modelo balneario asociado combina baño de sudor, baño frio y unciones con aceite. En el conventus Lucensis las estructuras termales denotan una mayor diversidad. Pendia 1 y quizá Castañoso reflejan evidentes afinidades formales con el modelo de edificio termal adoptado por los Bracari, mientras que Coaña 1 o Pendia 2 reproducen soluciones que, al menos aparentemente, no llegarían a prosperar. Por su parte Coaña 2, Taramundi, Punta dos Prados y Chao Samartín se ajustan básicamente al mismo modelo, caracterizado por la presencia de un espacio dedicado al baño en agua caliente. Los poblados en los que aparecen las estructuras termales norteñas muestran características heterogéneas. El nexo común es una presencia romana marcada por el elemento militar, que en el occidente asturiano comienza a manifestarse a partir de mediados del siglo I d.C., y que se relaciona con el beneficio de los yacimientos auríferos. Cabe concluir por lo tanto que el termalismo castreño constituye un fenómeno relacionado con la influencia de Roma y de carácter dual. En el ámbito bracarense parece aflorar en los momentos finales del siglo I a.C. y puede considerarse resultado de un fenómeno de aculturación, por el que la élite de la población local adaptó una tradición importada, generando un modelo de construcción de indudable singularidad. En el ámbito lucense en cambio su aparición es más tardía y constituye un elemento claramente alóctono, promovido por y para el servicio de las tropas acantonadas en la zona.
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Notas Locales:
DT(SE) 2015-275
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